domingo, 9 de septiembre de 2012

El último vuelo del Fénix: Santos - Taldemar

Mártires de la tradición - Por Taldemar

La multitud se agolpaba en el Frontal de la Muerte mientras dirigían miradas cargadas de curiosidad a aquel grupo de quince personas que lanzaba proclamas en alta voz:
- ¡La Horda se quiere llevar a vuestros hijos, mancillar a vuestras mujeres y hacer que mueran en tierra extraña en una guerra que no es la nuestra! ¡No serviremos nunca a un sucio orco negro! Mientras tanto el Regente se acuesta con la antinatura y nos vende a bajo precio. ¡Rebelaos, Hijos del Sol! Entregaos en martirio a Belore Emperador antes de dar la vida por la falsa Regencia y los monstruos diabólicos de Kalimdor. - Ashel Soldras clamaba con la voz del trueno subido a una pila de cajas con sus albos cabellos tremolando al viento que creaba con sus propios movimientos, gesticulando enérgicamente mientras señalaba acusadoramente con el dedo a la Aguja Furia del Sol - ¡Allí vive nuestro carcelero! ¡El Gran Apóstata! El enemigo odiado de Belore!

A medida que el discurso era coreado con gritos de Viva Belore Emperador enardecidos por el Apóstol Perfecto Vindar Ruedasolar, la masa de sin'dorei crecía. La mayoría se exaltaba rápidamente junto al grupo de Los Santos Vivientes y daba vivas a la Tradición, a la Monarquía, y le dedicaba mueras a la Horda y a los no-muertos. Sin embargo, algún que otro que respaldaba a la Regencia se retiraba de la escena discretamente, en dirección hacia el cuartel de la guardia. La agitación patriótica que empezaba a bullir en las calles de Lunargenta acabó por prender una vez los vigilantes de la ciudad empezaron a movilizarse hacia la posición de los insurgentes, que sabiéndose blanco de cualquier represión, empezaron  a movilizarse hacia la Corte del Sol, donde las aclamaciones, los cánticos y las demandas contra el Lord Regente Lor'themar Theron se acentuaron.

- ¡Yo te denuncio como sirviente del Orco Negro, esclavo de la religión de la brujería y protector de la Plaga! ¡El fuego sea contigo, falso regente! ¡Viva Quel'Thalas! - Entre el gentío empezaba a aflorar manifiestos de pasión enfervorecida que se sumaban a los Santos. Algunos portando armas y desenvainándolas en actitudes amenazantes. Pocos minutos después, los Guardianes de la Regencia comenzaron a descender por el puente para disolver a los alborotadores.
- ¡Santos Vivientes! ¡A las armas! Belore nos aguarda. ¡Al martirio! - Los Apóstoles Perfectos se adelantaron con toda la escuadra de la Orden de Los Santos, que iban totalmente equipados en armaduras de combate y con las espadas en ristre. Plantaron cara a la Guardia de la Regencia, que titubeó un instante, justo en el momento en el que una embajada de la Horda formada por diez miembros de la misma corría a guarecerse en palacio.
- ¡Que no huyan, a ellos! ¡Muerte a la Horda! ¡Viva Quel'Thalas! - Al grito respondieron los Santos y varios ciudadanos poseídos por el patriotismo, que cargaron violentamente contra los embajadores. El Santo Nacámbar fue el primero en cortar de un tajo limpio la cabeza de un orco de piel verdosa, cuyo cadáver hizo una espiral provocada por el reguero de sangre a presión que emanaba del corte, hasta caer redondo al suelo. A este lo siguió una trol que fue empalada por la lanza de la Santa Esmeldis, y después una renegada cuyo cráneo fue reventado por un monárquico de la ciudadanía que la aplastó con su maza.

- ¡Guardias, a ellos! - Un elfo robusto de cabellos rojizos dio la señal de ataque a los protectores del Regente, que se lanzaban con las gujas en alto contra los causantes de la masacre. El Santo Adirhael Sin'Thael murmuró una plegaria y Los Santos Vivientes se vieron escudados por un áurea dorada sacra que detuvo la carga de las fuerzas del Orden. Dándoles la oportunidad de reorganizarse, los tradicionalistas que ya habían dado muerte a la Embajada de la Horda, se volvieron y al grito de Muera la Regencia Intrusa, se entregaron al combate.
La multitud chillaba histérica, de las ventanas de los edificios que acordonaban la Corte del Sol se asomaban cabezas cuyos rostros iban desde el pánico más absoluto hasta la más profunda fidelidad, llegando a vitorear a los insurgentes. Los rayos de Sol rosados del atardecer refulgían como llamas en las armaduras de los combatientes de ambos bandos, a la par que la sangre salpicaba a unos y a otros, en todas direcciones.
Pocos instantes después, el fragor del combate ya se había cobrado la vida de la mitad de Los Santos Vivientes y de dos docenas de guardias de la Regencia. Sin embargo, ni unos ni otros cejaban en la lid.

- ¡No nos rendiremos jamás! ¡Con Belore a nuestro lado, siempre estaremos en mayoría! ¡Viva la Religión! - Ashel Soldras hacía lo imposible por sanar a los que caían, dándose cuenta de que estaban totalmente rodeados por el enemigo, y que la muerte era inminente.
- Viva... Belore... Emperador... - La Santa Esmeldis, que se cubría su rostro con máscara dorada, se dobló de rodillas y acabó por dar vivas a su dios antes de que una hoja de manufactura thalassiana lamiese su cuello e hiciese manar de él el agua de la vida, poniendo fin a su vida. El Santo Taldemar Nacámbar, paralizado por la visión de su amada perecer, renovó la furia de las embestidas contra sus adversarios, deteniendo ataques con su escudo y devolviéndolos letalmente con la espada, hasta que sintió en su estómago el tacto del frío acero. La visión se le nubló y cesó de escuchar el ruido de la batalla. No sentía nada. Paulatinamente, una luz blanca le cegó, sin dejar de ver nada más que un vacío inmenso, en el que comenzaba a dibujarse una figura coronada con rayos del Sol. Esbozando una sonrisa en sus labios trémulos alzó una mano como queriendo tocarlo, y murió.

***

Al fin llegó la calma. La Guardia de la Regencia había disipado a los alborotadores que volvían a sus casas con celeridad y el terror en sus corazones. Del puente que comunicaba la Corte con la Aguja Furia del Sol nacía un río de sangre que se desbordaba cayendo en pequeñas cascadas derramándose sobre el foso. Los cadáveres amontonados de guardianes, Santos Vivientes y de los embajadores de la Horda se confundían formando un espectáculo grotesco, hasta que finalmente fueron retirados, las manchas fregadas y la alfombra imperial retirada y finalmente sustituida por otra. Los gólems arcanos rápidamente emitieron sus mensajes de prosperidad,  y felicidad, como si nada hubiese ocurrido allí en las calles de Lunargenta. Sin embargo, muchos habían sido testigos de lo que realmente había acontecido, y por la mañana se rumoreaba en tonos quedos acerca del Martirio de los Santos y de cómo habían dado sus vidas por Belore, y por la Tradición.

Una pequeña niña elfa de cabellos dorados y camisón púrpura encendía una vela en el santuario familiar y empezó a rezar ante una representación elaborada en oro de su deidad:
- Belore, te pido que protejas a mi familia, a mis amigos. Que no le pase nada a mi papá que se lo lleva la Horda. - la pequeña sollozaba recordando cuando su progenitor había abandonado la casa obligado a servir en Kalimdor horas atrás. Los lloros fueron haciéndose más amargos, hasta que fueron escuchados por su madre, que entró portando una bandeja de plata con quince velas más.
- Mi amor, ayúdame a encender más velas. - Le indicó a su hija.
- ¿Para quién son, mamá? - Inquirió la jovencita secándose los ojos enrojecidos con las manitas.
- Para los nuevos mártires de Belore que han conseguido la inmortalidad hoy. - La mujer fue encendiendo los pábilos uno a uno con devoción y respeto. Cuando finalizó abrazó a su hija con amor maternal y murmuró dulcemente una plegaria: - Que Los Santos y Belore protejan a mi marido en la guerra, y que me lo traigan de vuelta, por favor. - Achuchó más a la niña y no pudo evitar dejar escapar una sencilla lágrima que recorrió su mejilla derecha y se vertió en forma de gota sobre la estatuilla del Sol Eterno, que creó la ilusión de que la imagen del dios lloraba también en aquel sangriento día que moría...
                               

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