domingo, 9 de septiembre de 2012

El último vuelo del Fénix: Dair'dan

Dair'dan: El precio de la venganza

Han tocado a mis hermanos, y de entre ellos han elegido a santos e inocentes. Kelnorz es solo es un escudero, un elfo joven e inexperto, con ansias por trabajar y cambiar las cosas, no sabe nada de la guerra, nunca se manchó con la sangre de sus hermanos y estos hijos de puta se lo han llevado. Tampoco lo hizo el Venerable Sin’Thael. Le han usado para herir al Capitán, saben que no tendrían probabilidades en un combate justo, por eso nos atacan a hurtadillas, golpean cobardemente, buscan a los inexpertos, se aprovechan de la compasión de un elegido de Belore. El Venerable descansa por fin en su hogar, le hemos encontrado, pero he visto de lo que son capaces y una desagradable sensación de derrota se apodera de mi cuando pienso en el escudero, en Kelnorz Zaknafein.

Querían que abandonáramos Quel’thalas, como si la amenaza anónima de unos perturbados fuera una razón de peso para ello. Seguimos cumpliendo nuestro deber, y ellos cumplieron sus amenazas, casi matan a Surinen, podrían haberlo hecho con el Venerable… y espero que no sea demasiado tarde para Kelnorz. Ahora tenemos a uno de ellos a nuestra disposición, encadenado y silencioso, tozudo y con un fuego peligroso en la mirada, entre la ira amarga y la convicción de los locos. Cree que lo merecían, cree que lo merecemos, y cree que ha ganado.

Kyashar está intentando hacerle hablar. Les observo con una inquietud creciente y el regusto áspero de la impaciencia en la boca. La espía nos ha estado ocultando mucha información que ahora usa en un intento de dañar la moral del prisionero. Al escucharla hablar comprendo cuales han sido las motivaciones de esta locura, son huérfanos de la guerra, hijos de desertores arúspices castigados con la muerte allá en Terrallende. No importa quien lo hiciera, yo mismo habría empuñado el arma ante un desertor, el deber no contempla la clemencia y por eso nos culpan a todos, aunque seguramente no conozcan el rostro de los soldados que dieron muerte a sus familiares. Quieren que nosotros les recordemos, aliviar su rabia y su dolor haciéndole pagar a alguien por eso que ellos ven como una injusticia.

Yo no sé lo que es tener un padre traidor, pero de haberlo tenido me avergonzaría de mi propia sangre.

…y esta sabandija no se avergüenza de nada. Se ha atrevido a mentar a mis padres, incluso a Valrant, demostrando que ha hurgado en nuestras vidas en busca de puntos débiles. Tomo aire y desvío la mirada, asintiendo cuando Vathiel pide permiso para continuar con el interrogatorio. No quiero acercarme a mirarle, a tocarle, si diera un solo paso hacia él ya no habrían más respuestas, le estrangularía hasta que dejase de respirar, pero necesito saber. No quiero un por qué, quiero un quien, un donde.

- ¿Cómo lo consigues? – Oigo a Kyashar como a través de un cristal fino, como si estuviera más lejos de lo que lo está en realidad -. ¿Piensas en ellos, te dan la fuerza necesaria para seguir?.


Fijo la mirada en el exterior. Hace horas que ha entrado la noche, no sé cuantas. Tras las vallas del templete los Mallorns agitan las hojas cuando se levanta la brisa desde el mar, trayendo un fuerte aroma a salitre y hierba húmeda que se cuela hasta la estancia circular. Intento abstraerme y no volver la mirada, pero le estoy escuchando ahogar los gritos y agitarse en las cadenas, aguantando sin decir una palabra. No sé qué demonios está haciendo Vathiel, pero a él también tengo ganas de golpearle, de apartarle.

- ¿Cuánto tiempo vas a querer hacernos la vida imposible?

La luna es apenas una sonrisa torcida en el cielo, pero el bosque está iluminado por las luminarias que brotan de las raíces de los árboles, es una noche hermosa, como todas, aunque en su seno algunos sufran. Kyashar sigue hablándole. No servirá de nada, no sé por qué dejó que Vathiel siga golpeándole. Si, si lo sé, se lo merece, se lo merece y no tiene nada que ver conmigo, yo debo cumplir con mi deber, averiguar cuánto daño han hecho. Por eso le dejo.

- Hablarás, como he dicho. Hoy, mañana, en una semana o un mes. Únicamente nos haces malgastar saliva.

Su grito suena amordazado. Me hace tensarme y apretar los dientes. Por un momento se me ha emborronado la vista, la voz de Kyashar se ha convertido en un murmullo, me ha provocado una nausea repentina. No debería estar aquí. Esto no me gusta, odio que me empujen a esto… pero se lo merece, es un asesino, es un monstruo. Les odio a ellos.

- Lo siento, Teniente – Vuelvo la mirada a Vathiel, que se ha plantado ante mi. Contengo las ganas de abofetearle y despacharle de malos modos-. Parece que no ha aguantado.

- Podéis retiraros.

- Creo que me quedaré, si no es molestia - La miro de soslayo. Kyashar sonríe. No entiendo como puede hacerlo, como nadie puede-. No es por desconfianza, no quiero que le pase nada. Pero esperaré fuera.

- Pues hágalo, espere fuera.

Ambos saludan y salen por uno de los arcos apuntados del Templete. Un silencio espeso se ha adueñado de la estancia, me da la sensación de tener los oídos taponados, zumbando. El elfo cuelga inconsciente de los grilletes, con media cara hinchada y morada por las atenciones de Vathiel. Me acercó a él y le levanto para apoyarle contra la pared, invocando a la luz con una orden rabiosa para que le devuelva la consciencia.

- Dame los nombres de los hombres a los que habéis matado. Mírame a la cara y dámelos- . No debería ahogárseme la voz, intento que la rabia quede enterrada, pero me hace contener la voz, la hace temblar. Él abre un ojo y me mira un momento, y luego pierde la mirada en la nada.

- Vamos a encontrar a tu hermana, hables o no, ya hemos enviado hombres a buscarla.

- ¿Entonces por qué preguntáis… ?-. Dice con un balbuceo dificultoso.

- Podrías ahorrarles problemas a otros si nos dices quien te ha ayudado. A tus compañeros en ese taller de inscripción, por ejemplo. A tu hermana.

- Todo lo que hagáis… quedará para vosotros y vuestras… conciencias… al igual que… todo lo que yo he hecho… queda para mi y la mía.

- Yo cumpliré con mi deber, y mi conciencia estará tranquila.

- Eso se llama… desvío de la responsabilidad…-. Le mantengo sujeto contra la pared con una mano en su pecho. Tose antes de continuar. Sigo sintiendo nauseas, y rabia, tengo que reprimirme-. Se usa en los interrogatorios… consiste en hacer creer a alguien… que la responsabilidad de… lo que ellos hagan a sus cómplices… es suya.

- Habéis matado a inocentes… habéis torturado a un hombre santo. Habéis atacado como alimañas cobardes a mis hermanos-. Le obligo a levantar la cabeza, agarrándole por el mentón. Los grilletes que le ciñen las muñecas chisporrotean al absorber la energía de un hechizo. Había olvidado que maneja las artes oscuras, pero no somos poco precavidos-. No hay castigo que pueda haceros pagar por ello… pero sé que hay justicia, y que cuando te matemos no tendrás liberación.

Me levanto y desengancho las cadenas de las argollas, soltándole y dejándole caer. Tiro de ellas para arrastrarle al centro de la sala. Él solo se ha juzgado, sus acciones le condenan, todos le hemos visto torturando al Venerable, y ahora confesará, quiera o no. Tiro de las cadenas para obligarle a arrodillarse y le pongo la mano en la frente. La sensación ardiente de la luz me invade al invocarla, furiosa y retributiva, es mi voluntad la que la espolea y la proyecta hacia el prisionero. Él cierra los ojos, aprieta los dientes, no sé si está funcionando.

- Recuérdales ahora. Dime sus nombres, dilos ante Belore.

- Argolad Hojasangre… -.Comienza, sin abrir los ojos, sin mostrarse humillado-. Sonja Solradiante, Ellie Verano… Nirel… Brisardiente, Elendor Telduril, Nael Felendur… Kelnorz Zaknafein…

Tenso los dedos sobre su cabeza. Se me ahoga la respiración y tengo que tomar aire con fuerza, varios puntos de luz roja titilan ante mi mirada, que se está tiñendo de ese color escarlata, furioso. No quería escuchar eso, no quiero creerlo, pero lo ha dicho.

-… y a Belore.

- A Él no puedes matarle…-.Espeto, con los dedos ardiendo bajo el guante que comienza a calentarse. Me molestan las placas-. Y espero que algún día te perdone. Ellos no lo harán nunca.

- Yo tampoco les... perdono.

El primer golpe es un fogonazo de luz. Ese es por Kelnorz, por el escudero, el chico que nunca derramó la sangre de sus hermanos. Y luego le siguen los demás, cada nombre es un golpe de las grebas, de la luz retributiva e iracunda. Cuando se me acaban los nombres ya sé que no puedo detenerme, y bajo la neblina roja y la rabia que me ahoga la garganta, rezo por que alguien lo haga.

Odio que me empujen a esto.Les odio a ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario