sábado, 8 de septiembre de 2012

El último vuelo del Fénix: Maldathar

El lucero del alba brillaba con rabia sobre un firmamento despejado y gris, brumoso. La primavera eterna de Quel'thalas conservaba todos los matices propios de la estación de la fertilidad contemplados al detalle: Lluvias sorpresivas y cálidas, brisa tibia y un suave rocío que empañaba los amaneceres con una tenue neblina y los refrescaba, lavando el cielo y preparando los bosques para el primer rayo del Sol.

El magíster Maldathar Ilvana, de pie en el jardín, se llevaba a los labios una boquilla de cristal tallado cargada de polvo de maná y contemplaba el punto exacto por el que sabía que éste haría irrupción. Lo había localizado en los últimos meses: un hueco esquivo entre dos árboles de hojas doradas, un pequeño resquicio a través del cual el primer rayo de Belore se abría paso como un filo cortante e indómito.

Lo esperaba con aire desapasionado, apoyado el trasero en la mesa de mármol y una mano cruzada lánguidamente en torno a su propia cintura. Hacía poco más de una hora que había vuelto a casa. Se había bañado y arreglado los cabellos, había consumido un par de cristales y luego se había aplicado uno de esos afeites caros que raramente usaba para ocultar por completo las huellas de cansancio, que ya comenzaban a despuntar en su rostro. Luego se vistió con una de sus togas favoritas, de terciopelo negro y rojo y salió a la frescura del jardín.

En el interior de la casa, todos dormían aún. Nadie le estaba mirando y sin embargo, su expresión y su pose seguían siendo teatrales. Entre sus pensamientos, lentos y melancólicos, se abrió paso uno totalmente fuera de lugar: Debería poner un espejo en el jardín. Aquella idea tan inoportuna le consoló extrañamente y le hizo esbozar una media sonrisa.

A través de los árboles, a lo lejos, la bruma se volvió transparente y luminosa. El magíster entornó las pestañas, aguardando. El resplandor dorado y blanco fue cubriéndolo todo y el amanecer llegó al fin. Arrojó su primer haz de luz, que atravesó el bosque y encendió las hojas de los árboles, pintó sus contornos de oro incandescente y pareció barrer de un soplo la neblina, despertar al mundo, devolverle sus colores.

Maldathar hizo una mueca de molestia. La luz directa tras las noches sin dormir y los días de frenética actividad le hirió los ojos como si alguien hubiera acercado una llama a sus pupilas. Aguantó, sin embargo, hasta que la primera estocada se diluyó y Belore terminó de despertar, desperezándose y anunciando su presencia a gritos. Entonces suspiró y apartó la vista, volviéndola hacia la verja de acceso al jardín. Los pies de dos caballeros de sangre se hundían con fuerza sobre el camino de gravilla, haciendo saltar algunas piedrecitas entre las botas negras y rojas. El magíster se apartó de la mesa y se acercó al portón de forja para abrirlo.

Recibió a los caballeros con una media sonrisa burlona y mirándoles de arriba a abajo. Los caballeros le devolvieron una mirada serena y firme, de soldados.

—¿Sois el magíster Maldathar Ilvana?—preguntó uno de ellos, pelirrojo y de rostro cuadrado.

—El mismo. ¿En qué les puedo ayudar?

—Tenemos órdenes de escoltarle a la ciudad, magíster.

Maldathar ladeó la cabeza, recreándose en la escena. Sabía cómo terminaría, no necesitaba leer ningún guión ni cuestionarse posibilidades. También sabía la respuesta a la pregunta que hizo a continuación, pero al fin y al cabo, conocer la respuesta no era motivo para no preguntar.

—¿Puedo saber de quién?

Era lo que se esperaba. El guión que conocía sin haberlo leído. Los soldados dudaron un momento y después, el otro, que era moreno y llevaba el pelo recogido a un lado en un peinado bastante poco viril, respondió:

—Del Lord Magíster Sadrael, señor. Desea hablar con vos y haceros algunas preguntas sobre lo ocurrido en la Aguja Furia del Sol.

Maldathar alzó las cejas, fingió la adecuada sorpresa y después asintió, exhalando una nubecilla de humo azul entre los labios.

—Claro. Vamos, pues. No hagamos esperar a su excelencia.

Los dos Caballeros de Sangre se hicieron a un lado, esperando a que saliera al exterior.

Maldathar cruzó la salida y cerró la verja por fuera. Después miró a uno y a otro y echó a andar con un caminar gentil, un brazo flexionado para recogerse la larga manga de la toga y el otro medio alzado para sostener la boquilla de cristal cerca de los labios. Los dos Caballeros le siguieron, uno a cada lado, mirando hacia adelante y con los rostros severos e inexpresivos.

El magíster volvió a sonreír y sus ojos se iluminaron con un brillo cínico y burlón.

—¿Saben? Siempre me han gustado las escoltas. Me hacen sentir importante.

. . .

Escrito por Maldathar en el foro oficial

No hay comentarios:

Publicar un comentario