domingo, 9 de septiembre de 2012

El último vuelo del Fénix: Santos - Taldemar

 En el desfiladero de la Santidad - Por Taldemar

El Reducto de la Tradición hervía de actividad. Localizado en las agrestes montañas meridionales de las Marcas del Sur, el campamento base de Los Santos consitía en un par de tiendas de campaña militar cuidadosamente establecidas en lo alto de riscos, y de banderas tradicionales de la Quel'Thalas de Anasterian y del Príncipe Kael'thas, antes de su Traición. Sin embargo, lo que más sobresalía era la estatua de Belore en su forma de Emperador, representado en forma élfica sobre un trono y sosteniendo un sol en su mano izquierda, más un cetro en la derecha. A pesar de que no eran más de una docena, el ajetreo creaba la ilusión de que eran un auténtico regimiento. En el centro del campamento, se encontraba un pequeño cadalso levantado con troncos y relleno de hierba seca, de él sobresalía una larga estaca en la que se encontraba una figura maniatada. 
- ¿Admites entonces tus pecados? - Inquiría el Apóstol Perfecto Ashel Soldras al prisionero, un elfo de sangre de piel bronceada y cabello castaño claro.
- Sí, sois unos cerdos. Soy un leal soldado del Jefe de Guerra. Me enorgullezco de haber combatido en Kalimdor junto a mis camaradas trols y orcos. Lok'tar ogar. - Respondió el interpelado con los ojos rabiosos.
- ¿Crees en Belore? - Continuó el religioso preguntando.
- No. Creo en mí mismo y en el filo de mi hacha. - Contestó el thalassiano miembro de la Horda.
- Muy bien, muy bien. Así que no solamente reconoces tu apostasía y tu trato degradante con nuestros esclavistas, sino que encima te enorgulleces de eso.  Es más que fehaciente que sufres de una corrupción provocada por el contacto con esos monstruos. Lamentablemente para ti, la única solución para que tu alma tenga un mínimo de probabilidades de salvarse es purificándote en vida. - Dijo en voz alta el sacerdote, en un tono plano, que no denotaba ninguna emoción, ni alegría ni odio. - No sabes cuánto me duele cuando es un Hijo del Sol desagradecido el que reniega de su padre.

El resto de Los Santos vestían togas radiantemente blancas, que brillaban con tonos anaranjados por el resplandor de las antorchas que cada uno sostenía en posición ceremonial.
- En nombre de Belore, de la Dinastía Legítima y de la Verdadera Quel'Thalas, yo te sentencio a morir por el fuego. Morirás como el orco que eres, y si el Sol Eterno lo quiere, renacerás como un perdonado hijo suyo. De lo contrario, te aguarda la oscuridad que no tiene fin, la inexistencia. - Dictaminó el Apóstol. - Santos, Puros. Que la llama lo consuma. - Tras la orden, los togados descendieron sus antorchas hasta que las primeras llamas lamieron la madera y la yesca, que prendió con un rápido fogonazo. Una cortina de humo ascendió en espirales mientras la temperatura aumentaba vertiginosamente.
- ¡Por la Horda! ¡Por Garrosh! - Gritó desesperado el apóstata, empapado en sudor, hasta que sus aclamaciones dieron lugar a espantosos chillidos de dolor y sacudidas contra la estaca. Los Santos lo contemplaban con miradas ausentes, algunos con rostros de dolor y tristeza en el corazón por tener que acabar con un hermano de raza extraviado.

Finalmente, el cadáver del hordizante cayó calcinado, desgajándose en montoncitos de ceniza junto al pequeño escenario en el que se hallaba. Cuando la llamarada acabó por consumirse en la pira de purificación, el Apóstol Perfecto se prosignó ante ella y levantó una plegaria por el alma del purgado. Después de dos meses de lucha contra la Regencia Intrusa, era el primer sin'dorei con el que se habían visto obligados a acabar. Le habían ofrecido el perdón, la oportunidad de arrepentirse, pero no la aceptó.
- No logro entender cómo alguien puede traicionar de este modo a sus antepasados ni a su tradición. - Decía Taldemar mientras recogía las cenizas.
- Ni yo. A mi hermana la asesinaron los trols y a mi padre los orcos durante la Segunda Guerra, cuando quemaron los bosques de la frontera sur. Y a mí me... - La mujer que se cubría con la máscara dorada ahogó las palabras que se negaban a salir de sus labios.
- He oído lo que te hicieron. No tienes por qué repetirlo. Belore te devolverá el rostro en la vida futura. Todos los defectos serán corregidos. - El corpulento elfo rubio la tomó de la mano y le dedicó una tierna sonrisa, que hizo estremecerse a la mujer, aunque permaneció en silencio.
- Sabéis que todos hemos sufrido por la culpa de estos monstruos. Por mucho que diga un falso Regente, no vamos a permitir que nos dominen aquellos que son culpables de nuestra desolación. Quel'Thalas murió junto a Anasterian, lo que queda hoy es un espejismo profano e impuro. Es la Anti-Patria. Nuestro verdadero hogar, en el que siempre viviremos, no está en este mundo. - Añadió otro thalassiano ataviado de blanco. Era uno de los guardias que había ayudado a Taldemar a fugarse antes de que lo capturasen.
- Sí, es cierto lo que dices, Milfarion, pero muchos todavía creemos posible la restauración de nuestro reino terrenal. - Contestó la Santa Esmeldis dejando escapar un suspiro.
- Yo también. Pero no me preocupa si lo conseguimos o no. Nuestra causa es eterna, luchemos donde luchemos. Lo hacemos por Belore y por su delegado en la Patria, el Rey del Sol. Allá donde ambos estén, eso será Quel'Thalas. Lo único que queda de ella, es este campamento. Más allá de él, solo queda tierra profana, baldía, apóstata. Como ese traidor vendepatrias que hemos asado. - El guardián escupió sobre las cenizas a medio recoger y se dio la vuelta, volviendo a su tienda.

Los Santos Taldemar y Esmeldis se sentaron en actitud recogida en lo alto del Reducto, esperando deleitarse con aquellos hermosos amaneceres que disipaban las tinieblas de la noche.
- Me pregunto cómo estará mi familia. Temo que los regentistas les hayan hecho algo. - Murmuró con una nota de preocupación el hombre.
- Eres un Elegido, la protección de Belore se extiende a tu familia, estarán todos bien. - Trató ella de aliviarle. Él asintió con un suave cabeceo y se fijó en el recorrido del carro solar anunciando la aurora. La visión de uno de los miles de millones con los que Belore iluminaba el universo le hizo sentir un brillo de esperanza en su interior y entonces recordó las palabras:
- Tienes razón, hermana. "Al final todo será como debe ser".

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