domingo, 9 de septiembre de 2012

El último vuelo del Fénix: Los Santos - Taldemar

En el desfiladero de la Santidad - Por Táldemar

- Mil veces bendito sea su nombre. Él, Sol Eterno que insufló la Luz en la nada y la llenó de vida. Motor y conservador de la Creación, nos hizo su culmen, su Gran Obra Maestra. Y entre los Hijos del Sol, sabeos los Elegidos de Él. Nosotros, somos los Puros. Santos en vida que consagramos cada instante de nuestra existencia a la subliminación del Plan Maestro de Belore. Levantaos, Primados de la Verdad, Luz que nunca muere. Esta noche, la purga contra los anatemas nos reclama. - proclamaba el capellán del grupo contrarrevolucionario denominado Los Santos, de espaldas a estos, mientras sus ojos se clavaban en una pequeña estatua que simbolizaba a Belore en forma élfica.

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Las estrellas brillaban con un tono asfixiado, como si la niebla grisácea que nacía de los hongos de las Tierras Fantasma apagase su fulgor. La noche estaba en calma, tan sólo se escuchaban los sonidos metálicos de las armaduras de placas negras con volutas carmesíes de los guerreros y caballeros de sangre, mientras los pliegues de las togas de magísteres y
sacerdotes murmuraban melodías fúnebres. Tras horas de dificultoso ascenso, aquellos a los que la Regencia tildaba de bandidos y rebeldes extremistas se habían posicionado sobre un terraplén en mitad del Desfiladero Thalassiano; apenas respiraban, permaneciendo en total quietud, aguardando el momento.
- Vienen los antinatura. - anunció un forestal de espantosa delgadez, cuyo rostro estaba salpicado de pequeñas cicatrices, pese al vano intento de ocultarlas con su cabello pelirrojo.
- Santo Nacámbar, Santa Esmeldis, rodeen a su portaestandarte. Santo Hadros, preparad a los magíster para el bombardeo. Santo Filosol, bajen por la ladera y colóquense detrás de su formación. - El capellán, Ashel Soldras, cerebro de la operación y de la organización, repartía las órdenes en un tono enérgico, imperioso. Cualquiera hubiera dicho que en lugar de un sacerdote de baja casta, era un general experimentado. Tanta impresón causaba, que hasta veteranos bajo su mando lo obedecían sin chistar. El religioso se asimilaba a esas estatuas pías de mártires de época quel'dorei, en la que fueron expulsados por los elfos de la noche, hacía más de diez milenios. Llevaba el pelo a la altura de la cintura, del color de la plata bruñida, liso y escaso. La delgadez que se entreveía en su carne mostraba unos pómulos afilados  y enjuntos, que servían de altar a unos brillantes ojos azules pe-netrantes. Nunca había tomado cristales de magia vil, y nadie sabía con certeza cómo podía haber aguantado a la adicción. Él decía que su sustento era la Luz, y no la sangre de los demonios.

- ¡Viva Belore Emperador! ¡Segunda Muerte al antinatura! - Rugieron Los Santos como una sola entidad mientras descendían  raudos como un viento furioso. Los renegados, unos treinta soldados de infantería ligera que se movían a pie, excepto su capataz, que marchaba a lomos de un caballo esquelético, se detuvieron en seco.
- "Y Belore arrojará al Fuego Eterno al impío, al apóstata y al anatema. Aquellos que rompen su ley son sus enemigos. No habrá misericordia para ellos. No habrá otro destino salvo la liquidación sempiterna." - Entonó en una salmodia que rasgó el éxtasis el capellán Soldras desde lo alto de su posición estratégica. Los no-muertos vertían miradas cargadas
de pavor en derredor, tratando de localizar su posición. El salmo sagrado causó un eco entre las paredes montañosas del Desfiladero Thalassiano que magnificó el timbre de su voz. Y finalmente, se hizo la luz.

Una luminaria más brillante que cualquier fuego emanó de las manos del religioso y prendió en los podridos huesos del abanderado renegado, que comenzó a aullar de dolor y a patalear el suelo en espamos de agonía. A los pocos instantes la negrura se apoderó de él, y dejó de moverse. El resto de su compañía militar se agrupó en la formación de erizo e interpusieron una muralla de escudos en forma de calavera ante los elfos, que se aproximaban hacia ellos lentamente, como un verdugo que saborea el cuello de su víctima antes de cercenarlo.
- ¡Sea el fuego el elemento purificador! - Volvió a exclamar el sacerdote, dirigiéndose a los dos magísteres que preparaban un conjuro de lluvia de fuego que rompió el bloque defensivo de los soldados de Sylvanas en una vorágine crematoria que iluminó la noche en una llama purificadora. Aprovechando la desbandada de los renegados, los caballeros de sangre y guerreros cargaron contra ellos y los despedazaron mediante Luz y acero. Ninguno consiguió escapar.
- Que la purga del anatema sea el camino de la Salvación de vuestras almas. Vuestra Santidad ha sellado su resolución en la extinción de estos antinatura. Belore está satisfecho. - Dijo el capellán mientras dedicaba miradas ausentes a los cuerpos abrasados y devastados de los sylvanitas. - Hoy la Patria dormirá tranquila.
- Venerable, ¿qué hacemos con este? - Preguntó una Dama de Sangre que tenía el rostro cubierto por una máscara dorada de gesto impertérrito, vacío de expresividad.
- Santa Esmeldis, me alegra que me lo preguntéis... - El sacerdote clavó sus ojos llameantes en un agonizante renegado que boqueaba patéticamente los últimos estertores de no-vida que se le escapaban poco a poco y le dedicó una mueca que pretendía ser una sonrisa.

Tras despuntar el alba, una patrulla de forestales en misión de reconocimiento encontraron parte del pavimento del camino del Desfiladero carbonizado con restos de miasma rojizo desperdigado en varios metros a la redonda. Uno de ellos, seguramente un aprendiz todavía, encontró trozos de tela en los que logró distinguir símbolos del blasón de la Dama Oscura.
- ¿Habéis visto eso? - Le despertó de su ensimismamiento el murmuro de sus compañeros de armas.
- ¿El qué? - Inquirió el joven thalassiano en tono curioso. Sus compañeros apuntaron con el dedo a la gran arcada natural de piedra que formaba la entrada natural a Quel'Thalas desde la antigua Lordaeron. De ella pendía el cadáver de un renegado que tenía colgado un letrero que decía en Thalassiano: Purgado.
                               

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