sábado, 8 de septiembre de 2012

El último vuelo del Fénix: Nhemil

En las horas calurosas del comienzo de la tarde, cuando las plazas iban vaciándose gradualmente de vida y el vecindario se afanaba en volver al refugio del hogar para disolver las preocupaciones de la mañana entre sorbos de vino dulce y un suculento almuerzo, un elfo caminaba por las calles de la ciudad a paso apurado, evitando a los comerciantes que terminaban de cargar en sus carretas el género que no habían podido vender. Su humilde atuendo, que carecía de insignias, indicaba que no era soldado ni estaba al servicio de ningún señor, lo cual le permitía pasar inadvertido en el barrio mercantil de Lunargenta.
Se dirigía a un edificio de tres alturas situado a cien metros de la herrería, sintiendo el mordisco del sol sobre los hombros y contra la nuca, que quedaba a la vista tal y como llevaba recogida la larga melena rojiza. La fachada, de un tostado claro como el resto de fincas que había por la zona, tenía un portón de madera natural con herrajes dorados, ventanas de cristal tintado en la segunda planta y un amplio balcón en la última, desde donde se podía apreciar gran parte de El Bazar. Allí en lo alto, apoyada en la balaustrada en actitud indolente, había una figura a la cual la radiante luz del mediodía no parecía incomodarle. No daba la impresión de haber reparado en que estaba siendo observada.
A medida que subía los escalones en dirección a la entrada volvía a dudar en si aventurarse hasta aquel sitio había sido una buena idea, pero el temor a sufrir las consecuencias de todo lo que se estaba desencadenando le dio valor para dar los últimos pasos y plantarse frente al portón. Como de costumbre, el asistente le abrió inmediatamente tras haber llamado con una secuencia de tres golpes, recibiéndole con una sonrisilla petulante al reconocer al elfo que había bajo el disfraz.

— Buenas tardes, lord Thailessin— saludó el chico tras cerrar a sus espaldas en cuanto entró—. ¿Qué tal el camino desde la Corte? ¿Habéis tenido tiempo de echarle un vistazo al mercado? Se oyen cosas muy interesantes estos días.

La cara angulosa y lampiña del susodicho ni se inmutó. Estaba habituado a disimular. En la esfera en la que se desenvolvía diariamente debía medir muy bien sus respuestas y no revelar sus verdaderas opiniones. Además, conocía de sobra el carácter del joven asistente como para dejarse provocar por su insolencia.

— Ha sido un paseo agradable, Edmmar, gracias por tu interés. ¿He venido en mal momento? Me gustaría tratar unas cuestiones con Laucian. No le robaré demasiado tiempo.

— Creo que el señor Laucian ya esperaba vuestra visita, señor, de todas formas iré a asegurarme de que pueda atenderos. ¿Puedo ofreceros algún refrigerio si todavía no habéis almorzado? ¿Quizá algo de beber?

— No, gracias— le sonrió, como si apreciara el gesto—. Esperaré aquí mientras.

En cuanto se hubo quedado solo, Thailessin extrajo un pañuelo del bolsillo interior de su túnica y se lo pasó por la frente, secando las perlas de sudor. Las llamas azules de las lámparas de pie adían con fuerza, ya que no había ninguna abertura en aquella sala por la que entrase luz natural. El suelo, de baldosas grises como la antracita, estaba cubierto por pesadas alfombas de un borgoña liso, color que compartían también los tapices que colgaban en las paredes, portando el emblema del Reino. El mobiliario era escaso: poco más que un par de sillones y una mesa baja en la que reposaban algunos ejemplares viejos de la gaceta informativa de la ciudad. Ojalá no se demorasen en hacerle subir. Aquel lugar le resultaba agobiante.
La espera, por fortuna, fue breve. Edmmar apareció con su habitual mueca de engreída diversión y lo guió escaleras arriba, a pesar de que ya había estado otras veces en aquel sitio y podría haber encontrado el camino por si solo. Se dejó conducir sin proferir palabra, observando el efecto de la luz ensangrentada que derramaban las vidrieras cromáticas de la segunda planta, tiñendo los espacios que tocaba de rojo. Algo en esa visión le hizo estremecerse involuntariamente y aligerar la marcha, maldiciendo en su fuero interno al asistente, que parecía tardarse de forma intencionada en subir los peldaños. Cuando por fin llegaron al último piso Thailessin volvía a sudar por los nervios.

— Mi buen señor, confío en que tendréis una reunión interesante— le susurró el joven, deteniendo la mano sobre el picaporte dorado, que tenía forma de cabeza de halcón. La satisfacción que manifestaban sus ojos le hizo sospechar que ahí dentro iba a encontrar algo que no sería de su agrado. Edmmar llamó con suavidad para anunciar su llegada y acto seguido empujó la puerta, haciéndose a un lado para dejarle entrar.

Al poner un pie en la sala tuvo que parpadear un par de veces para acostumbrar los ojos a la abundante luz solar que se colaba desde el balcón abierto y parecía llenar toda la habitación. Le vino el aroma azucarado de esas flores blancas y amarillas que suelen decorar los tocados de las damas durante los festivales en honor a la primavera eterna. Thailessin, que siempre se había jactado de saber muchas cosas, curiosamente no conocía el nombre de aquellas flores.

— ¡Ver'allah! ¿¡Pero qué estáis haciendo aquí!?

El sobresalto casi le hizo dar un respingo al escuchar aquella voz que tan bien conocía. Retrocedió como si fuera a esquivar un golpe, encontrándose con una expresión igual de estupefacta que la suya en el rostro de Gelsidras Fylaevion, magíster del Reino de Quel'Thalas. Este, al verlo entrar, se había levantado súbitamente del asiento que había ocupado y lo observaba con el mismo estupor con el que miraría a un orinal que hubiese aprendido a dar los buenos días.

— Me ha traído lo mismo que a vos, Fylaevion— respondió una vez recuperado de la sorpresa. Frunció el ceño al percatarse de que su colega no se había tomado la molestia de intentar fingir ser otra persona. Hasta lucía sobre la espalda el pesado manto de terciopelo rojo con bordes de armiño que tanto llamaba la atención—. No os escandalicéis tanto y recoged vuestra pipa; se os ha caído al suelo. ¿Dónde está Laucian?

— Si habéis venido por el mismo motivo, el magíster Fylaevion os ha ahorrado exlicaciones, Ver'allah— dijo una voz a su espalda, desde el balcón. Thailessin le saludó con una reverencia y aceptó el puesto que le ofrecía Laucian para sentarse, junto al otro magíster—. Pero os doy la misma respuesta que a vuestro colega: No sé nada de las reacciones de los Furia del Sol que recibieron el perdon del Regente. Lamento no seros de ayuda.

Thailessin recibió la respuesta con incredulidad, pero el otro se le adelantó antes de que pudiera pronunciar palabra.

— Eso no puede ser cierto, Laucian— replicaba Gelsidras no por primera vez, haciendo aspavientos con la mano que sujetaba la pipa de fumar—. Vuestro hermano menor forma parte de la orden que fundaron a su regreso. Debe haber esuchado a sus superiores mencionar algo. No me creo que hayan recibido con agrado la noticia de que pasan a formar parte del Ejército Thalassiano bajo las órdenes del Regente justo ahora que Garrosh nos demanda soldados para la guerra. Están surgiendo pensamientos muy peligrosos entre la nación. Cada vez son más los que se muestran disconformes con la alianza que nos une a la Horda, los que añoran los tiempos en los que Quel'Thalas era un Reino independiente. ¿Os hacéis una mínima idea de lo que podría pasar si esos Furia del Sol alentasen a esa parte de la ciudadanía a oponerse a la Regencia y a nuestros aliados?

Él era de la misma opinión en lo que respectaba a la información que podía tener Laucian. Nhemil Sil'niden, que habría encajado más por su carácter sirviendo a Belore en el Templo y no como Caballero de Sangre, no podía haber ingresado en el Ala de Fénix por voluntad propia. Era evidente que su incorporación había sido cosa de Laucian, que se había servido de su ingenuo hermano pequeño para tener acceso a la información de la polémica orden.

— Decidle avuestro hermano que venga, Laucian— exigía Gelsidras, cada vez más exaltado—. Que nos diga el muchacho si escuchó o no escuchó nada.

Debía reconocer que era un movimiento hábil. Notarían de inmediato si el chico les estaba mintiendo, y entonces podrían presionarle para que les dijera la verdad. El magíster miró al elfo para observar su reacción, pero no logró percibir ni una gota de intranquilidad en él.

—Hmm... —el sonido le recordó al ronroneo perezoso de un felino grande—. Me gustaría complacer vuestra petición, pero me temo que eso no va a ser posible.

— ¿Y por qué motivo?— inquirió el magíster, que había estado intentando fumar su pipa sin darse cuenta de que llevaba largo rato apagada. Estrechó los ojos como si se oliera un engaño.

— Porque se encuentra en estado grave tras haber recibido el ataque de un exaltado. El Venerable que le atendió no nos asegura que vaya a sobrevivir.

Debía ser todo un espectáculo apreciar cómo, al unísono, los semblantes de los dos magistri iban demudando de expresión para congelarse en una mueca de confusión total. No era solamente por la noticia, que desde luego era horrible, sino por el desapego con el que Laucian había revelado que alguien tan próximo a él podía morir.

— ¿Es... es eso cierto? ¿No es...? No será una invención vuestra para darnos evasivas, ¿verdad?

A pesar de haber suavizado su tono, el magíster había sido incapaz de encontrar unas palabras más adecuadas para exteriorizar su duda. Cualquiera podría haberse sentido ofendido, pero el elfo rubio se limitó a alzar una ceja con extrañeza antes de responder, tan imperturbable como de costumbre.

— No. Podéis hacerle una visita para quedar fuera de dudas—. Se encogió de hombros y caminó hasta llegar a su escritorio, tomando asiento en la butaca de cuero que había tras él. Cogió el primer sobre de la pequeña montaña que había de correspondencia sin abrir y rompió el sello de cera, desplegando el papel. Ni siquiera los miró al despedirles— Si no hay otra cosa en la que pueda seros de ayuda, agradecería que me dejárais libre para atender mis propios asuntos. Al diel shala.

Ambos se levantaron sin añadir nada más que las palabras de cortesía antes de abrir la puerta del despacho y abandonarlo, descubriendo que Edmmar se encontraba esperándoles con una sonrisa desagradable para acompañarles a la salida. En esta ocasión el recorrido por la escalera se hizo corto como un abrir y cerrar de ojos. El pesado portón se cerró tras ellos sin hacer apenas ruido. La pareja de magistri se detuvo al bajar el último peldaño hasta la acera y compartieron en silencio una mirada inquieta, sintiendo que comprendían menos que cuando habían llegado en busca de explicaciones.

Frente a ellos, una repentina ráfaga de aire agitó con violencia el pendón de Lunargenta, creando durante escasos segundos la ilusión de que el fénix dorado se debatía para arrancar las alas del fondo carmesí y escapar para volar libre sobre el cielo.




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Escrito por Nhemil en el foro oficial
                               

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