Daleris se quedó mirando las manos del muchacho que permanecía sentado en la silla al otro lado de la mesa esmaltada de su despacho. El gesto con el que le había tendido aquel cilindro lacrado le llamó la atención, era casi como si estuviera sosteniendo un pincel, demasiado delicado en contraste a la mirada fría y resuelta que el diplomático le dirigía.
Tyrel Fion’varn le había resultado digno de recordar desde que entrase por vez primera a su despacho, demasiado joven para ser un buen diplomático, pensó, con un aspecto que a primera vista parecía ingenuo. De no ser por los sellos de los documentos que traía consigo, jamás habría imaginado que ese muchacho trabajaba para el Ala de Fénix.
- A tenor de la desafortunada decisión de Taldemar Nacámbar de huir de prisión, Magistrado, el Lord Sin’Thael me ha hecho entrega de estos documentos para que se los hiciera llegar. Su disgusto con todo este asunto es evidente.
Parpadeó y apartó la vista del único anillo que vestían las manos del diplomático. Era de madera. Cogió el cilindro con un gesto aséptico y comprobó que el sello del Ala de Fénix estaba intacto antes de romperlo para extraer los pergaminos del interior del contenedor. El fénix de dos cabezas que portaban todos los integrantes de dicha orden en sus tabardos aparecía como una marca de agua en cada uno de los pergaminos, todos firmados por el Lord Sin’Thael.
- Como sabrá, Fion’varn, la insumisión de vuestro compañero le va costar la pena de muerte. Estoy ansioso por escuchar sus argumentaciones sobre esta última rebeldía de Nacámbar.
- No hay nada que pueda excusar su comportamiento, Magistrado. Consideramos que la decisión que habéis tomado es la correcta. Como vereis en esos pergaminos, el Lord Sin’Thael ha expulsado a Nacámbar de la orden, con sus acciones no solo traiciona a la Regencia, si no también a los que eran sus compañeros y el Ala de Fénix no tolera la traición.
Daleris leía por encima el contenido de los pergaminos mientras le escuchaba, comprobando que las palabras del diplomático eran ciertas. Ante él tenía una orden de busca y captura emitida a los soldados del Ala de Fénix, y la sentencia de expulsión firmada por Aelion Sin’Thael. No pudo evitar alzar una ceja al escuchar la última parte del discurso de Fion’varn.
- Eso debe ser nuevo para la mayoría de ustedes.
Tyrel se acomodó en la silla y se apartó el flequillo de la frente. Llevaba la melena blanca suelta, y a pesar del aspecto desordenado de su pelo, ahí sentado y mirándole de esa manera le pareció estar ante uno de los nobles de la corte.
- Si de algo pueden enorgullecerse los hombres del Ala de Fénix es de su lealtad, y cabe recordar que aquellos que se beneficiaron de la benevolencia de la Regencia al recibir la amnistía juramentaron ante el Lord Regente y hasta ahora su conducta ha sido intachable y sus avances notorios.
- Hasta ahora, si.
- El incidente con Nacámbar es un hecho aislado, seguramente haya sido influenciado por terceros que nada tienen que ver con nuestra Orden, Magistrado.
- ¿Y sospecha de alguien?
- Del mismo que vos, Magistrado, el sacerdote que espoleó a Nacámbar con su misa del todo impropia.
- Vindar Ruedasolar. También hay una sentencia de ejecución esperándole.
- Y como veréis también está en busca y captura para el Ala de Fénix. Espero que hagáis públicas estas acciones cuanto antes.
Tyrel Fion’varn se levantó de la silla entonces, sin esperar a que fuera el Magistrado el que le diera el permiso, lo que hizo a Daleris volver a alzar la ceja.
- Haremos lo que consideremos apropiado y necesario, Fion’varn. Puede retirarse.
Entonces pareció recordar la humildad el diplomático, y bajó la mirada y la cabeza para despedirse del Magistrado.
- Anu belore dela'na
- Shorel’aran.
Daleris guardó los documentos en el cajón del escritorio, y siguió con la mirada al muchacho vestido de blanco, pensativo. Dudaba de que las cosas fueran a calmarse con esas órdenes, pero haría lo que su posición le exigía, por mucha desconfianza que le generase todo el asunto.
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