lunes, 30 de enero de 2012

Relatos - Evento fundacional "El juramento de los Furia del Sol"

Dair'dan Llamaíra

No estoy acostumbrado a viajar en barco, creo que es eso lo que ocurre cuando desciendo por la rampa, precedido y seguido por algunos de mis antiguos compañeros, el mundo se desenfoca y se me llenan los ojos de luces de colores. La ciudad de Shattrath se me antoja gris, los muros del calabozo desvaídos, el cielo de un color plomizo, deprimente, y el soniquete del naaru siempre me ha parecido una broma cruel. Hacía poco que había perdido toda esperanza de regreso cuando se me ofreció esta oportunidad, uno de los hombres de Voren’thal me trajo la propuesta, perdonándome la vida a cambio de un servicio que se me ofertaba como obligado. Vuelve y jura a tu patria, sírvela y demuestra que no eres un traidor. Es irónico escuchar eso en boca de un desertor, pero estoy acostumbrado a masticar las palabras, al fin y al cabo, soy yo el que está descendiendo la rampa de este barco que me devuelve al hogar, soy yo el que empuñará las armas de nuevo en su tierra para defenderla y extirpar la mácula que dejó el Azote, mientras muchos se quedan atrás en la que llaman la Ciudad de la Luz. Para mi no ha sido más que oscuridad, y cuando fijo la mirada en el cielo cambiante de Quel’thalas, en las nubes que parecen jugar a rozarse y alejarse, tengo la impresión de que esa oscuridad desaparece, de que los años entre las rejas se diluyen y la ciudad de Shattrath se convierte en un espejismo descolorido, lejano.

Nos detenemos en el monumento y me parece que el mundo vuelve a fluctuar, se emborrona, aun estoy mareado. Guardamos silencio ante la estatua del fundador, Dath’remar, y una brisa cálida parece darnos la bienvenida, besada por el aroma del salitre y la hierba tierna, y las flores que crecen entre las raíces de los mallorns. Cuando observo a quienes me acompañan solo veo un reflejo de mi mismo, miradas de orgullo, y el alivio que brilla al fondo, templando unos corazones que han tenido que sobreponerse a demasiado, pero siguen en pie a pesar de todo.

Ante el monumento permanece de pie la figura orgullosa de Lord Sin’Thael, es el primero en darnos la bienvenida, y todos le reconocemos. Apenas cruzamos palabras, los saludos respetuosos, los gestos protocolarios, ninguno hemos olvidado nuestra posición ni nuestro deber, y nuestros ojos hablan mejor que nuestros labios sobre lo que sentimos. No hay miradas de reproche, no hay vergüenza, no hay arrepentimiento, regresamos para servir, no para ser juzgados, y en mi alma se enciende una esperanza renovada por que el tiempo de los juicios haya quedado atrás, aunque las heridas sigan sangrando. Lord Sin’Thael nos abre el paso, nadie da una sola orden cuando ya estamos formando en dos filas ordenadas y el Comisario Brahmin Solnegro cierra las filas, mirando al frente con el gesto digno y severo. Quedamos quietos y en silencio hasta que el jinete que venía al paso desde el camino se detiene ante nosotros y se presenta, Caledor Espadasolar nos da la bienvenida al Reino de nuevo, nos escolta cuando emprendemos el camino sobre nuestras monturas, al paso, en una marcha digna y silenciosa que resuena con las pisadas de nuestras monturas, el tintineo de las armaduras y el roce de las plumas de los zancudos. La Calle del Alba nos recibe con un manto de silencio, bajo el cielo estrellado, siempre luminoso, de nuestra amada Quel’thalas. La hierba ha crecido entre las ruinas, aun lucen las vidrieras rotas, hay molduras semienterradas y la Cazadora del Sol sigue apuntando al cielo aunque su base se haya torcido. Mantengo la mirada al frente, aunque un fuego intenso se abre en mis entrañas, me siento inquieto, nervioso, y a pesar de esa mordedura de indignación por el estado de abandono que parece presentar la antigua ciudad mantengo la cabeza alta y el gesto imperturbable. Me lleno los pulmones del perfume del hogar, flores, salitre… y magia.


Los guardias se detienen a nuestro paso, presentando armas y esperando en silencio a que la larga comitiva pase, saludan llevándose la mano al pecho, no estoy seguro si a nuestro escolta o a nosotros, no desvío la mirada, ni ellos presentan más expresión que la calma severidad de los guardianes. En la Plaza Alalcón nos reciben los primeros ciudadanos, miradas recelosas y murmuraciones, algunos se acercan al camino y nos observan, sin atreverse a hablar unos, otros profiriendo exclamaciones ahogadas.

La palabra traidor nunca ha estado tan vacía para mi.

Oigo las murmuraciones indignadas de algunos de mis compañeros, pero sigo en silencio, sosteniendo con fuerza las riendas de mi destrero. Pronto me llega un olor familiar que hubiera deseado que los años fuera del hogar hubieran desvinculado de él por completo. El perfume dulzón, empalagoso y repugnante de la podredumbre nos llega cuando la brisa vuelve a correr y nos acercamos a la línea ennegrecida de la cicatriz muerta. Ahí sigue tal y como la recordaba, partiendo nuestra ciudad con una herida que no ha sanado con los años. No desvío la mirada, y el fuego crece en mi pecho aunque solo mis ojos lo demuestren, con un destello de determinación. Pronto la dejamos atrás, y el perfume de Quel’thalas vuelve a abrazarnos para consolar los recuerdos, el cielo se abre resplandeciendo con una miríada de estrellas que a veces se visten con los velos violáceos de nubes etéreas. ¿Cómo no encontrar la fuerza para seguir? ¿Cómo no sentir otra cosa que el deseo por alzarse de entre las cenizas, el deseo de servir y sanar al detenerse ante las imponentes puertas de Lunargenta?. Ahí siguen las estatuas del Pastor, con el gesto de eterna determinación, recordándonos a todos de donde venimos y hacia donde vamos, por qué no podemos dar un solo paso atrás. Espadasolar se ha detenido, en su voz no hay frialdad ni desprecio, su bienvenida es gentil antes de darnos paso a través de las puertas, los guardias saludan y abrimos las filas para acceder en completo silencio.
Tras las puertas se han reunido grupos de ciudadanos, las exclamaciones ahogadas pronto se convierten en algo más, demostraciones de rechazo evidentes. Vuelvo a escuchar la palabra traidor, pero también entre el gentío, entre los pocos que se acercan al pie de las aceras surgen voces que nos entregan la bienvenida, que hablan de esperanza y de un renacimiento imparable. Transitamos las calles, los cascos resuenan sobre los adoquines, al paso, imperturbables, orgullosos. Algunas voces tiemblan cuando se alzan a nuestro paso, hay ciudadanos que nos siguen, revoloteando como aves inquietas alrededor de la comitiva, incluso he visto niños en brazos de padres que nos observan con el gesto exigente y severo. No hay barrotes ni sombra suficiente para ahogar el fervor que vuelve a encenderse dentro de mi, y ni siquiera a aquellos que hoy me llaman traidor voy a fallarles. No lo he hecho jamás.
Cuando la visión de la Aguja Furia del Sol se abre ante nosotros, la veo fluctuar y emborronarse. Debo tomar aire y apretar los dientes, recomponer el gesto y mantenerme imperturbable. Cuando descendemos de las monturas y caminamos sobre la alfombra roja que da acceso a la Corte tengo la misma sensación que tuve al partir de esta misma Aguja, la que lleva el mismo nombre que nuestras tropas, el claro convencimiento de haber entregado mi vida a los ideales más elevados y ahora más que nunca tengo la certeza de que mi lealtad es inquebrantable. Un silencio tenso nos recibe en los pasillos de la Corte, el Regente aguarda acompañado por Rommath y Halduron, el trono vacío espera a sus espaldas y es en el trono en el que fijo la mirada cuando hinco la rodilla en el suelo, con respeto y humildad, y vuelvo a pronunciar el juramento que jamás quebranté, cuyas palabras siguen grabadas en mi alma a fuego:

Yo, Dair’dan Llamaíra, Caballero de Sangre, juro lealtad al Reino de Quel'thalas como reino único e indivisible y bajo la bendición de Belore. Juro honrar, respetar y defender los símbolos de Quel'thalas, su bandera, emblema, escudo, religión y tradiciones y todo cuanto ello representa. Juro lealtad a la raza Sin'dorei y comprometo mis armas a mayor gloria de su prosperidad. Presto así juramento ante vos, Lord Regente, y ante los aquí reunidos. 
Selama ashal'anore.


Relato escrito por Gherion

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